─¿Como está Sr. Juan, como
amanece?.. Bien, bien y usted? ─Bien, apurado para el trabajo… ¿Como están sus
hijos?¿ y la vieja?... Ahh , pues bien, mándeles mis saludos.
Sucedió lo mismo al llegar al trabajo, en el cual se desenvolvía como ingeniero de proyectos civiles. No lo saludaron, tampoco le hablaron… Era como si fuese transparente. Se sentó en su escritorio y sólo Amanda que siempre le traía el café le preguntó: ─Eres nuevo?. No te había visto por acá. Aquí en tu puesto se sentaba… ¿Cómo es que se llamaba?. ¡Dios santo, se me ha olvidado!, que cabeza la mía.– . Y él extrañado inmediatamente pronunció su nombre: ─¡Alejandro!, Alejandro Moravia, ¡ese soy yo!. En ese instante al nombrarse, ella, como una sonámbula, continuó su camino. Alejandro pensó en buscar su cédula y mostrársela, pero lo dejó así porque la situación podría ser divertida… Su jefe reaccionó igual, no lo reconoció. O más bien sí, pero con otro nombre… Fue a preguntarle acerca del proyecto de las Casas de Guardalagua y al entrar en su despacho, le dijo: ─Hola Roberto, ¿eres él nuevo, verdad?. Siéntate, conversemos un poco. A Alejandro, ésta vez, le hizo gracia. ─¡Claro!, seguro me están jugando todos una broma.─ murmuró.¿Tal vez por mi cumpleaños?. Aunque faltan tres días. Decidió seguirles la corriente. Además se sintió liviano, ligero, como si ya no tuviera una mochila de piedras a cuestas. -¿Qué dices?-le respondió el jefe. -Nada, le oigo, le oigo...
Sucedió lo mismo al llegar al trabajo, en el cual se desenvolvía como ingeniero de proyectos civiles. No lo saludaron, tampoco le hablaron… Era como si fuese transparente. Se sentó en su escritorio y sólo Amanda que siempre le traía el café le preguntó: ─Eres nuevo?. No te había visto por acá. Aquí en tu puesto se sentaba… ¿Cómo es que se llamaba?. ¡Dios santo, se me ha olvidado!, que cabeza la mía.– . Y él extrañado inmediatamente pronunció su nombre: ─¡Alejandro!, Alejandro Moravia, ¡ese soy yo!. En ese instante al nombrarse, ella, como una sonámbula, continuó su camino. Alejandro pensó en buscar su cédula y mostrársela, pero lo dejó así porque la situación podría ser divertida… Su jefe reaccionó igual, no lo reconoció. O más bien sí, pero con otro nombre… Fue a preguntarle acerca del proyecto de las Casas de Guardalagua y al entrar en su despacho, le dijo: ─Hola Roberto, ¿eres él nuevo, verdad?. Siéntate, conversemos un poco. A Alejandro, ésta vez, le hizo gracia. ─¡Claro!, seguro me están jugando todos una broma.─ murmuró.¿Tal vez por mi cumpleaños?. Aunque faltan tres días. Decidió seguirles la corriente. Además se sintió liviano, ligero, como si ya no tuviera una mochila de piedras a cuestas. -¿Qué dices?-le respondió el jefe. -Nada, le oigo, le oigo...
Volvió a su escritorio y el
resto de la jornada transcurrió así de rara. Todos, sin excepción, lo llamaban por el
nombre de Roberto Vargas. Y si les repetía que ese no era su nombre, se reían... Si les decía que su nombre era Alejandro Moravia y lo gritaba, a todo
gañote, todos quedaban como en el limbo. Como si no existiera. Daban media
vuelta y retomaban sus quehaceres. Entonces, lo asumió. Encima tenía mucho
trabajo para estar pendiente de tanta pendejada… Seguro, se habían puesto de
acuerdo. ¡Eso es!, me están tomando el pelo.
Pero, y ¿el portero?¿Y el qué vende los periódicos? Lo llamaban Coco, él lo conocía desde pequeño,
porque Coco siempre vendía y repartía periódicos para ayudar a su papá. A cuanto carro se detenía o se acercaba, le ofrecía: El Nacional, Ultimas Noticias, El Diario, El Universal..., hasta que su padre murió y se encargó por completo del Kiosko Azul. No eran amigos pero habían compartido el pasar de los años y el descubrirse las primeras canas, saludándose día tras día. Entonces,
¿cómo no lo había reconocido? Aquí pasaba algo extraño... Sin embargo lo más singular es que no sintió angustia, no tuvo ganas de vomitar, ni tampoco transpiró ese sudor frío que le recorría la espalda cada vez que se enfrentaba a “algo
nuevo” o a “lo desconocido”. Más bien sintió una especie de cosquilleo en el
estómago, pero de alegría, como si se hubiese quitado un enorme peso de encima…
–¿Qué vaina tan rara? – murmuró. A la mente le vino la imagen del Diplomado. Un flash. Otro flash... Y completica le vino la
sesión anterior acerca de los tres cerebros de Mc Lean: el reptil, el límbico y
el neo-cortex: tres sistemas de energía con diferentes vibraciones que conforman
uno solo, el cerebro triuno. Resultó que ¿era así de fácil?... Pero, si estaba a mitad de camino, solo iba por la fase del Practitioner…
Tomó el receso del almuerzo y se instaló en
un sitio cómodo, abrió su libro de texto y buscó en el índice Creencias Limitantes. Aplicando la lectura veloz, aprendida hace algunos años, lo devoró de una sola pasada. Aplicó la técnica… Ubicó el reptil y lo encontró
limpio. Aquella estructura rígida de autoridad parental se había ido… Permaneciendo, solo, las
reglas básicas que a él le gustaban o con las cuales se sentía cómodo. ─¡Qué sorpresa!. Respiró hondo y para salir de ese estado se imaginó una zanahoria: ¿Cómo huele, ¿A qué
sabe?. ─Esta rica crujiente…─ murmuró. Sonrío. Seguidamente, en el índice ubicó
la otra técnica: el Reencuandre, con
un poco de Anclaje, ─Si, porque
no.... Volvió a sentarse cómodamente y aplicando la herramienta, extrajo la
ira, la rabia y la culpa, de su cerebro límbico. El más querido, el que guarda celosamente las emociones y sentimientos. Para su asombro, todas ellas, las restantes, en sintonía, danzaban al unísono una misma música en total
equilibrio. De las otras tres no quedaba ni rastro. El tic
nervioso, las arqueadas y aquel sudor frío, frente a las situaciones
desconocidas, se habían esfumado. En la última sesión de trabajo le había dicho al coach: ─Me gustaría
trabajar con mi cerebro límbico…, ya
que suelen afectarme las situaciones emotivas, la gente dice que soy “intenso”…
Sobre todo quería que su neocortex
equilibrara la relación “lenguaje (pensamiento), emoción y cuerpo”. ─Quiero enviarle
“palabras” y “pensamientos” al neocortex
para que, como mi adulto, controle y dirija mi cerebro límbico y mi reptil. Sin
embargo, ya no era necesario… Se dio cuenta a la hora de la salida. Se dirigió a comer algo en el comedero de enfrente. Tuvo un
pequeño problema cuando la orden que le sirvieron estaba fría y se la devolvió al mesonero. Éste
le trajo otro plato de mala gana y ésta vez la arepa estaba cruda. Pero no se
molestó, ni se indignó como solía suceder. Esbozó una hermosa sonrisa y, sin alterarse
ni un pelo, pidió otra cosa. Esperó con toda calma. Asombroso.
Volvió a sentir ese cosquilleo
en el estómago, la sensación era de gratitud y liviandad. Se quedó
tranquilo. Lo atribuyó a la programación neuro-lingüística, a la PNL.─Había sido re-programado. ¡Así
de sencillo!. Increíble. Pero ¿cómo? El diplomado aún no había terminado. Le
faltaba la fase del Master. ¿Sería en el sueño?.. Imposible, hasta allí no
llega la PNL. ¿O si? ¿Había sido inducido? Recordó que cada una de las técnicas las vivenció también oníricamente… De hecho, lo comento con la profe Maritza... ¡Eso fue!. Entonces, decidió no pensar más en
el asunto.
Al llegar a su apartamento, cenó
algo ligero. Se atrevió a no ingerir la melatonina para dormir, ni el té “dulces
sueños”. Incluso botó el lexotanil, de las emergencias, en la papelera. Y durmió por primera vez como un bebé. A la mañana siguiente, se levantó más
temprano para pasar por el Banco. Solo tomó su café negro corto. Se sintió
“otro”. Al salir, saludó al Sr, Juan y éste, respetuosamente, le respondió:─Buenos días,
Sr. Vargas. Y él, Alejandro, le sonrió.
Caminó hacia el Banco, que quedaba cruzando la esquina y, con una gran sonrisa, de oreja a oreja, entró. Se dirigió a la cajera, sabía que no lo reconocería. Y seguro ella habría olvidado, por completo, el incidente desagradable del otro día, cuando le reclamó que esa no era su firma,.. Así que
por primera vez lo pronunció:
─Roberto Vargas, señorita. Un retiro, por
favor. Ella, con una expresión de amabilidad, asintió. Se
sintió aún más liviano, como si caminara de puntillas…
Quizás si tenía otra
oportunidad. La que tanto soñó. Sin embargo, siempre había tenido la convicción de que era imposible en
esta dimensión... Desprenderse de sus cargas, de aquel morral pesado que llevaba
a cuestas. ─Entonces, punto final a las terapias de psicoanálisis, en fin a
todas las terapias. No, no era una broma de sus amigos. Tampoco era la
PNL-.
Se dio cuenta que siendo otra persona: Era ¡Libre!, para escribirse, reinventarse. Sintió paz.
Se dio cuenta que siendo otra persona: Era ¡Libre!, para escribirse, reinventarse. Sintió paz.