Ella
en espera prepara el nido. Escarbó
el polvo y pasó la escoba formando ovillos de restos de cabello, papelillo,
minúsculas partículas de todo lo que se acumula donde vives. Los desenredó del
cepillo y, uno a uno, los fue echando en el tobo de la basura. Coleteó con
varias enjuagadas. Pasó el plumero por cada mesa, silla y rincones para que
relucieran. Caminó por el piso descalza y verificó que sus pies estuvieran
limpios.
Respiro
hondo… Se hizo manía, ese afán de asear cada rincón una y otra vez, pues se
apoderó de ella. Se desnudó y corrió la cortina. Se metió en la ducha. Una
ráfaga de agua fría le cubrió el rostro. Abrió la boca y absorbió las gotas del
preciado líquido que le refrescó el cuerpo y la cara. Con el jabón frotó
fuerte, muy fuerte, como intentando limpiarse hasta las profundidades de su
ser. Quería purificar el alma. Le provocó, sin lastimarse, desprender la piel
como si fuese papel contac para colocar una nueva, limpia, impecable.... Se cepilló los dientes, tanto, que
rechinaron. Con conciencia los chirrió..., y se le calmó aquella
sensación de incertidumbre… Al enjuagarse, algo de sangre tiñó el escupe.
La
noche la sorprendió dormida, recostada sobre la carta en la mesa, con el rostro
aún mojado en lágrimas.
Estaba
sola. Ínfima en la ciudad de la Lumière.
Él se esfumó... Se reconoció ahora en ese instinto materno,
animal, ancestral, en el que las hembras con
sumo cuidado preparan el “nido” para su prole antes de nacer. Recordó aquél, hecho
con pedacitos de ramitas, hilos de tela, pelusa color marrón sucio y adornos
multicolor, a punto de caer, colgando del árbol de mamón macho del jardín de su
casa. Rememoró, la tenencia del nido en sus manitas de pequeña y descubrir dentro un
huevito sin vida… Volvió a subirlo alto, entre las ramas, con ayuda del taburete que tomó prestado. La perfección con que la pajarita
tordita lo había construido le asombró. Revocó
el momento en que el canturreo de la pajarita, su ir y venir, alrededor de
aquella cosita marrón que sería el hogar de su cría, despertaron su curiosidad…
¿Y él suyo? ¿Podría aquel instinto de protección más que...?
No
imaginó que la hembra de la especie humana todavía albergara esos destellos de ese deseo. Lo creyó perdido… Quizás en la época de las cavernas era más
fuerte, expedito. Alguna vez en alguna parte leyó que, quizás, las mujeres
ya no poseían ese valioso deseo de protección. ─A lo largo de la humanidad condiciones maniatadas de una sociedad autocrática, machista lo cercenaron. ¿Es que acaso la capacidad de proteger y cobijar un hijo solo depende de nuestra historia emocional y afectiva, además de la educación que hemos
recibido?─. Sin olvidar la sumisión, la represión sexual y la rigidez, que disminuyen ese maravilloso impulso intuitivo…. Sin embargo se encontró siendo un buen ejemplo de que aún, en este tiempo, este afloraba no importa el cómo, o el origen.
─Es lo más placentero y hermoso que puede vivir un ser humano. Se siente una combinación de paz, amor y felicidad infinita, que te acompaña a todas partes. Ella te protege y vas más ligerito... Una barriga y luego tú. No importa más nada. Ella abre todas las puertas…, como si uno estuviera ¡santificada!─. murmuró...
©Mariana Núñez V. Diciembre 2015.
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