La Comunicación

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sábado, 10 de septiembre de 2016

ANIDANDO

                                             
Ella en espera prepara el nido. Escarbó el polvo y pasó la escoba formando ovillos de restos de cabello, papelillo, minúsculas partículas de todo lo que se acumula donde vives. Los desenredó del cepillo y, uno a uno, los fue echando en el tobo de la basura. Coleteó con varias enjuagadas. Pasó el plumero por cada mesa, silla y rincones para que relucieran. Caminó por el piso descalza y verificó que sus pies estuvieran limpios.
Respiro hondo… Se hizo manía, ese afán de asear cada rincón una y otra vez, pues se apoderó de ella. Se desnudó y corrió la cortina. Se metió en la ducha. Una ráfaga de agua fría le cubrió el rostro. Abrió la boca y absorbió las gotas del preciado líquido que le refrescó el cuerpo y la cara. Con el jabón frotó fuerte, muy fuerte, como intentando limpiarse hasta las profundidades de su ser. Quería purificar el alma. Le provocó, sin lastimarse, desprender la piel como si fuese papel contac para colocar una nueva, limpia, impecable.... Se cepilló los dientes, tanto, que rechinaron. Con conciencia los chirrió..., y se le calmó aquella sensación de incertidumbre… Al enjuagarse, algo de sangre tiñó el escupe.

La noche la sorprendió dormida, recostada sobre la carta en la mesa, con el rostro aún mojado en lágrimas.

Estaba sola. Ínfima en la ciudad de la Lumière. Él se esfumó... Se reconoció ahora en ese instinto materno, animal, ancestral, en el que las hembras con sumo cuidado preparan el “nido” para su prole antes de nacer. Recordó aquél, hecho con pedacitos de ramitas, hilos de tela, pelusa color marrón sucio y adornos multicolor, a punto de caer, colgando del árbol de mamón macho del jardín de su casa. Rememoró, la tenencia del nido en sus manitas de pequeña y descubrir dentro un huevito sin vida… Volvió a subirlo alto, entre las ramas, con ayuda del taburete que tomó prestado. La perfección con que la pajarita tordita lo había construido le asombró. Revocó el momento en que el canturreo de la pajarita, su ir y venir, alrededor de aquella cosita marrón que sería el hogar de su cría, despertaron su curiosidad… ¿Y él suyo? ¿Podría aquel instinto de protección más que...?

No imaginó que la hembra de la especie humana todavía albergara esos destellos de ese deseo. Lo creyó perdido… Quizás en la época de las cavernas era más fuerte, expedito. Alguna vez en alguna parte leyó que, quizás, las mujeres ya no poseían ese valioso deseo de protección. ─A lo largo de la humanidad condiciones maniatadas de una sociedad autocrática, machista lo cercenaron. ¿Es que acaso la capacidad de proteger y cobijar un hijo solo depende de nuestra historia emocional y afectiva, además de la educación que hemos recibido?─. Sin olvidar la sumisión, la represión sexual y la rigidez, que disminuyen ese maravilloso impulso intuitivo….  Sin embargo se encontró siendo un buen ejemplo de que aún, en este tiempo, este afloraba no importa el cómo, o el origen.

La  barriga empezó a crecer… y se descubrió en pleno disfrute de su estado. 
─Es lo más placentero y hermoso que puede vivir un ser humano. Se siente una combinación de paz, amor y felicidad infinita, que te acompaña a todas partes. Ella te protege y vas más ligerito... Una  barriga y luego tú. No importa más nada. Ella abre todas las puertas…, como si uno estuviera ¡santificada!. murmuró...

  ©Mariana Núñez V.                                                                                                       Diciembre 2015.

Comienzo de la novela El perfume, del autor Patrick Suskind.

    ©Mariana Nuñez Vargas
«En el siglo XVIII vivió en Francia uno de los hombres más abominables de una época en que no escasearon los hombres abominables y geniales. Aquí relataremos su historia. Se llamaba Jean Baptiste Grenouille y si su nombre, a diferencia del de otros monstruos geniales como De Sade, Saint-Just, Fouché, Napoleón, etcétera, ha caído en el olvido, no se debe en modo alguno a que Grenouille fuera a la zaga de estos hombres célebres y tenebrosos en altanería, desprecio por sus semejantes, inmoralidad, en una palabra, impiedad, sino a que su genio y su única ambición se limitaban a un terreno que no deja huellas en la historia: al efímero mundo de los olores.
En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata; las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sabanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales; (…)  Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. (…) Y, si, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el siglo XVIII aún no se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias y por consiguiente, no había ninguna acción humana, ni creadora ni destructora, ninguna manifestación de vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada de algún  hedor. Y, como es natural, el hedor alcanzaba sus máximas proporciones en París, porque París era la mayor ciudad de Francia. Y dentro de París había un lugar donde el hedor se convertía en infernal, (…). Fue aquí, en el lugar más maloliente de todo el reino, donde nació el 17 de julio de 1738 Jean Baptiste Grenouille(…)»
El comienzo del Perfume, siendo de corte realista, raya en lo extremo y nos sacude. Y aunque nos revela quien es el monstruo de la novela, en lugar de  eliminar nuestro interés, nos atrae. Capta nuestra atención una narrativa que describe la antítesis de “la belleza”, “lo sublime”, conceptos propios de la conciencia humana. Sin llegar a los versos de Baudelaire, que revolucionaron su época como “malditos”, éste comienzo nos deleita saboreando intensamente: lo feo, lo repugnante, lo sucio, lo aterrador. Resaltando, asimismo, las vicisitudes y condiciones de los desposeídos, los sin nombre, que como vemos existen desde que el mundo es mundo. Basta este párrafo: “Cuando se iniciaron los dolores de parto. La madre de Grenouille se encontraba en un puesto de pescado de la Rue de Fers escamando albures que había destripado previamente.(…) Solo quería que los dolores de parto cesaran, acabar lo más rápidamente con el repugnante parto. Era el quinto. Todos los había tenido en el puesto de pescado y las cinco criaturas habían nacido muertas o medio muertas, porque su carne sanguinolenta se distinguía apenas de las tripas de pescado que cubrían el suelo y no sobrevivían entre ellas (…)”.

Una pequeña muestra de lo que vendrá y el final será todavía más revelador e impactante. Sin ser una denuncia social, lleva implícito una reflexión o critica acerca del comportamiento humano y la sociedad. Su lado “más grotesco”.